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  Matt Groening
 

Matt Groening

Matt GroeningMatt Groening se inventó Los Simpsons en quince minutos. Estaba sentado en un sofá de la sala de espera de Gracie Films, la conocida productora de Los Ángeles, cuando una mujer le anunció que pronto lo recibirían en la oficina y le aconsejó, como si quisiera aterrorizarlo, que se preparara bien porque adentro esperaban algo "nuevo y original". Groening, que se había dado a conocer en los Estados Unidos por medio de una tira cómica de humor negro llamada La vida en el infierno (Life in Hell), se quedó en blanco durante unos segundos. Matt Groening Y, ante las miradas de la gente y el afán de su propio reloj, tomó la decisión de no ir muy lejos y crear una familia común y corriente: un papá, una mamá y tres hijos. Nadie más, nadie menos. Para no perderse, les puso los nombres de sus papás y de sus hermanas, Homero y Marge, Lisa y Maggie, y les dio un hijo rebelde, un hermano insoportable, al que le concedió un nombre que jamás había oído, Bart, y una personalidad que era la suya mezclada con la de sus dos hermanos.

Era 1985. Tenía 31 años. No sabía qué ocurriría en esa reunión. No imaginaba que todos, adentro, iban a morirse de la risa cuando oyeran que el papá de la familia, Homero Simpson, trabajaba en una planta nuclear. Ni mucho menos que lo que en un principio iba a ser sólo una serie de cortos animados para el show de una estupenda comediante, la inglesa Tracey Ullmann, se convertiría, en menos de cinco años, en la comedia más exitosa -la de más fanáticos y más temporadas- de la historia de la televisión norteamericana. Los Simpsons tuvieron su propio programa, en el canal de televisión de la Fox, desde el 17 de diciembre de 1989.

Matt Groening Matt Groening nació en Portland, en Oregon, el 15 de febrero de 1954. Fue al colegio, sí, pero no se atrevería a recitar las tablas de multiplicar porque se pasó la primaria y el bachillerato inventándose caricaturas. Su padre, un ilustrador que trabajaba de día y de noche, le presentó la revista Mad, el humor de Jonathan Winters y las historias de Rocky and the Bullwinkle, y lo animó a pintar en los cuadernos y los libros del colegio. Es cierto que pudo morir en la hora de educación física, en las barras paralelas, porque, por dedicarle las clases y los recreos al dibujo, jamás puso atención a la manera correcta de llevar a cabo el ejercicio. Nadie sabía, desde ese tiempo, si Groening era ese hombre conservador y respetuoso que citaba la Biblia, o ese ser irónico y rebelde que señalaba, en el libro sagrado, los lugares en donde salía la palabra "orines".

En el colegio, y en la universidad, la Evergreen State College de Olympia, en Washington, sus compañeros lo eligieron en importantes cargos directivos, pero pronto, muy pronto, descubrieron que habían cometido un gran error. Groening quería el poder para hundirlo, quería tener el control para que nadie, ni siquiera él, pudiera tenerlo. Su meta era, como ahora, "irritar y cambiar a las personas". Creía firmemente, desde los tiempos en que se burlaba de los profesores sin que se dieran cuenta, que los seres humanos se dividen en dos tipos de personas: los que se parecen al Pato Lucas y los que son como Elmer Gruñón. "Los Lucas", dice, "son esos que se ríen y molestan a las otras personas, y los Elmer son los que no se ríen y se molestan por todo, y merecen que los patos se venguen de todo lo mal que los han hecho sentir, de todo lo que los han engañado, de ese mundo que les inventaron y que jamás coincidirá con el mundo real".

En el Evergreen State College, Groening se convirtió en el editor del periódico. "En los cierres", dice Linda Barry, una de sus mejores amigas de esa época, "se amarraba un cable alrededor de la cabeza para sintonizar las mejores ideas y para que entendiéramos que no debíamos molestarlo". Se graduó de la universidad en 1977 y, convencido de que allá estaban ocurriendo las cosas y empeñado en convertirse en un gran escritor, se fue a vivir a Los Ángeles. Pronto, antes de llegar a su destino, entendió que no podía huirle a su propia vida. En las calles de Hollywood descubrió que todos los taxistas llevaban un guión bajo el brazo y ninguno de esas estrellas millonarias estaban dispuestas a financiarles sus proyectos. Sí, era un mundo insoportable. Durante un año sólo lo dejarían trabajar en fotocopiadoras y tiendas de discos.

Su desesperación, pues, fue determinante. En el suelo de su apartamento de ese tiempo podían verse centavos y billetes de un dólar y los borradores de unas caricaturas que le enviaba a sus amigos para contarles cómo iba todo y desahogar, de paso, la decepción de su vida en Los Ángeles. Matt Groening Inspirado en sus lecturas de Walter Kaufman, les había puesto a sus filosóficos chistes pintados el título de La vida en el infierno (Life in Hell) , y pronto, a petición de los pocos receptores, tuvo que enviar más de 200 copias al mes. En un par de meses, claro, logró publicarlas en el L.A. Reader. Eran las aventuras de Binky, Sheba y Bongo, "los tres nombres más estúpidos" que se le ocurrieron, tres animales que tenían los ojos saltones y los labios caídos, como los Simpsons, que lanzaban sarcasmos sobre la vida en la tierra y que empezaron a tener fanáticos hacia 1983, cuando se convirtieron, gracias a la angustia de Groening, en tres tristes víctimas de la sociedad.

No eran los mejores dibujos del mundo, pero sí eran las frases más cínicas que podían conseguirse en el mercado. Tanto, que Groening pronto fue ascendido al doble cargo de editor y mensajero del periódico. Unos meses después se casó con Deborah Kaplan, otra editora del diario, y, gracias a ella, convirtió sus pequeñas caricaturas, dibujadas con rapidógrafos Rotring, en toda una empresa. "Ella, que resultó ser una gran negociante, cambió la vida de Matt", dice la fotógrafa Ann Summa: "fueron ideas suyas, por ejemplo, vender la tira cómica a todos los periódicos del país y sacar camisetas y vasos con los personajes". Y así, pronto, muy pronto, esos dibujos llegaron a las manos de James L. Brooks.

Cuando vio los dibujos de Groening, supo que ese cinismo era lo que su nueva serie de televisión necesitaba. Lo llamó y, quince minutos antes de su primera reunión, le hizo saber, por medio de su secretaria, que esperaba de él "algo nuevo y original". Y así, de afán, nació la familia Simpson. Lo original estaba ahí. A la mano. No había que investigar para encontrarlo.

Los habitantes de Springfield, la pequeña ciudad en donde vive la familia de dibujos animados más querida y controvertida del mundo, resultaron ser tan zurdos como su creador. Muchos padres de familia, estimulados por el moralista gobierno del primer George Bush, trataron de detener el éxito de la serie. Muchos niños, quizás todos, se sintieron tratados como iguales: por fin alguien les hablaba del mundo, de los trabajos horribles, de las envidias sin fondo, de los puntos más bajos en los sentimientos y las vidas de los hombres. Muchos televidentes, en todo el mundo, sintieron que había alguien que no los creía idiotas. Que había alguien que era capaz de hacer chistes complejos sin temerle al nivel de educación del público. Que había una comedia de televisión que le exigía tanto a los espectadores como una novela satírica de Jonathan Swift.

Los Simpsons, gracias a la estricta supervisión de Groening, ha mantenido la calidad de su primera temporada. Hoy en día es escrita y dibujada por artistas que crecieron viendo las torpezas de Homero, los malos sentimientos de Bart, las causas perdidas de Lisa, las tercas depresiones de Marge, las profundas y babosas reflexiones de Maggie y las apariciones especiales. Matt Groening, ese fanático de la ciencia ficción que después de todo el dinero y el rating sigue usando la misma ropa, comiendo la misma comida y visitando a los mismos amigos, se ha convertido en una especie de Charles Schultz del mal y, a pesar de que ha poblado el mundo con 25 libros de humor, dos comedias animadas para la televisión y una tira cómica que aparece en 250 periódicos, sigue pensando que la vida ocurre en el infierno.

Matt Groening Sabe que, a los 53 años, ha llegado a la crisis de la edad madura. Sabe que ya no es un niño y que jamás llegará a crear algo tan impactante como la familia Simpson. Per sigue trabajando en Los Simpson y su adaptación cinematográfica se estrenó mundialmente el 27 de julio del 2007.

 
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